3. El Imperio.
La
gens Iulia.
Hoy en día
existen apellidos de gran renombre como los Alba o los Borbones, sin embargo en
la Antigua Roma pertenecer la gens Iulia
era lo más de lo más. La gens Iulia
era una de las antiguas familias de patricios de Roma, cuyos miembros se decían
descendientes del troyano Ascanio, hijo del mismísimo Eneas, el de la guerra de
Troya. Pero no contentos con ser familiares del hijo de Eneas, Julio César,
quien pertenecía a este linaje, dijo en el discurso fúnebre que realizo tras la
muerte de su tía Julia, que la gens Iulia
no provenía de Ascanio, sino de la mismísima Venus, ya que Eneas era según
la mitología hijo de la Diosa. Así Venus fue la primera Iulia, a la que seguirían personajes como el ya mencionado Julio
César, Augusto, Tiberio o Calígula.
¡Tiberio
al Tíber!
Un día antes de
los idus de marzo del año 37, es decir el día 16, le llegó la hora de la muerte
al segundo emperador de Roma, Tiberio con casi 78 años. Como en Roma casi nadie
se moría de muerte natural, a este emperador también le toco acabar sus días de
un modo cinematográfico. Aun hoy existen dudas si se murió el solo, si lo
asfixio un guardia pretoriano o si lo estranguló Calígula, su sucesor. Dicen las fuentes que Tiberio gobernó con
ecuanimidad, imponiendo la libertad de palabra y de pensamiento, restringiendo
los lujos innecesarios y mostrando máximo respeto al Senado. Sin embargo las
fuentes también cuentan que la plebe de Roma no le soportaban así que Tiberio
decidió abandonar la capital y retirarse a la isla de Capri, un sitio cuanto menos
acogedor para vivir. Cuando se conoció en Roma la muerte del emperador el
pueblo gritaba ¡Tiberio al Tíber!, porque a los romanos no se sabe el por qué,
les encantaba la idea de tirar a los emperadores muertos al río.
El
incendio de Roma.
Una calurosa noche
de verano cerca del Circo Máximo de Roma se declararon dos grandes incendios.
Eran dos incendios más de los que se producían de manera habitual en la Ciudad
Imperial, pero en aquella madrugada del 19 de julio del año 64 no hubo quién
los parara. ¿Pero quién los provocó? Cuenta el historiador Tácito que fue el
propio emperador por aquel entonces, el pintoresco Nerón, quien prendió fuego a
Roma. Pero, ¿por qué le interesaba a Nerón arrasar su ciudad? Pues para
reconstruirla a su gusto, como así hizo. Dicen las malas lenguas que es cierto
que tras la remodelación de Nerón, Roma mejoró mucho, pero sobre todo mejoró la
casa del emperador, que mandó construirse una villa de recreo de medio millón
de metro cuadrados.
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