1. La conquista del territorio.
La resistencia
arévaca de Numancia.
Desde el año 153
a.C. los romanos intentaron, en su proceso de conquista, tomar Numancia, pero
los arévacos los rechazaban una y otra vez.
Así, los romanos volvían a su madre patria ridiculizados por unos
“salvajes” que luchaban con uñas y dientes. Pero el que se llevó la peor parte
sin dudas, fue cónsul Hostilio Mancino.
En el 137 a.C.
ordenó, como todos los generales hasta entonces asediar la ciudad pero, ante la
imposibilidad de tomarla y a las noticias de que llegaban tropas de otros
pueblos celtíberos a la ayuda, Hostilio Mancino tuvo que retirarse. Los
numantinos, crecidos, salieron tras los romanos y los derrotaron. Hartos de
tanta lucha y de tanta sangre ofrecieron a Hostilio Mancino un tratado de paz
que el cónsul, lógicamente, aceptó, principalmente por el deseo de salvar su
vida. Pero el tratado para tener validez tenía que ser ratificado por el Senado
romano y para allí se fue el bueno de Hostilio Mancino. El Senado, como era
previsto, se indignó con semejante tratado de paz y obligó al cónsul, a modo de
castigo, a presentarse desnudo ante las puertas de Numancia y permanecer de esa
guisa durante un día. Dicen las fuentes que en pelotas estuvo durante varias
horas a la vista de todos los numantinos, que acabaron por compadecerse de él…
Astures y
cántabros, pueblos guerreros.
En el año 27
a.C., Augusto se trasladó a Hispania para dirigir personalmente las operaciones
militares contras los pueblos del Norte de la Península. Tras superar grandes
dificultades, como letales epidemias de enfermedades, regresó a su tranquila
Roma pensando que el territorio del noroeste peninsular estaba ya pacificado en
favor de los intereses romanos. Sin embargo, los astures y cántabros eran
pueblos muy guerreros que no se dejaron dominar así como así por los recién
llegados de Italia. Así que Augusto, que le debía apetecer más bien poco volver
a Hispania, envió a su yerno el general Agripa, para ver si él conseguía
doblegar a los pueblos cántabros y astures, utilizando esta vez brutales
métodos para anexionar el territorio al Imperio. Uno se conseguiría hasta el
año 19 a.C.
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